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Evasión


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Hubo un tiempo en que evadí sentarme y mirarme desnuda frente al espejo. 

Evadí preguntarme quién era y qué me gustaba, porque tenía miedo de que la respuesta fuera lo que en el fondo ya sabía: "No sé. No sé quién soy, no sé qué me gusta, tampoco cuáles son mis pasiones." 

Lo único que tenía claro, 
era que era el caparazón de una mujer 
envuelto en el eco de las voces de mi madre, 
de mi padre, de familiares, de parejas fallidas, 
de amigos y del ruido 
incesante de la sociedad. 

Y al evitarme, viví todas las vidas que no eran mías en el intento de encontrarme en las supuestas cosas del "deber ser". Aunque nunca les encontré sentido, intenté con todas mis fuerzas —aun sin darme cuenta de que la fuerza es una de mis virtudes más grandes— encajar, comprender, amoldarme a esa infame palabrita llamada "expectativa". 

Afortunadamente, esos fueron mis pasados, y hubo un momento en el que el ruido cesó. Me quedé sin la persecución de las expectativas, pero también me quedé sin nada. En la nada. Y me gusta. 

Aprendí a ser en la vacuidad, porque en esa gran nada tengo el espacio para crear todo lo que se me ocurra. 

Así que, respondiendo la pregunta:

Yo
simplemente 
soy.

Fracaso.


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Opus 29.


Por vez primera también, 
el fracaso no me supo a pólvora 
y al hierro de la sangre. 

Esta vez, 
me supo a la dulce certeza de mi humanidad, 
al despertar para observar el sol— 
alcahueta, pero maldecido— 
o la maravilla del saber. 

No extraño esos días de desasosiego, 
por más atrayentes que sean, 
y es que la oscuridad también tiene su magia, 
tiene su sol y sus misterios, 
tiene la promesa del anonimato, 
tan maravillosa como la autenticidad de la luz. 

Así que, por esta vez, 
escojo este fracaso 
no como el pesante recuerdo de donde vengo, 
sino como el camino claro 
hacia donde mis pies van con determinación. 

Un fracaso es el éxito enmascarado, 
una bendición tras la destrucción de mis cimientos. 
Es la puerta que se abre para cambiar de rumbo,
la puerta que escogí.

Si es.


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El vino siempre me dio las respuestas. 


Esta vez no me ha dado absolutamente nada, solo estas ganas de hundirme, no sé si en el vino mismo, mis lágrimas o el mar que tengo en frente. 

Si es que me permito sentir. 

Si es que me permito admitir el sinsentido, en las olas observar lo que siento, y las conversaciones que tengo conmigo misma todos los días. Unas veces fuerte, otras débiles, pero siempre en ese vaivén con un argumento nuevo que me destroza, otro para entender y finalmente el que vuelve a golpearme. 

Si es que me permito aceptar. 

Si es que me permito entender que no he podido reconciliar mis pensamientos con mis sentimientos. 

Si es que me permito ser ese sol eclipsado por las nubes. 

No me gusta, para nada. 


Al menos sé con total seguridad, que estoy viva.

Cuando dejé de ser yo


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Sin opus.

Cuando dejé de ser yo, se abrieron mil caminos. Puertas y ventanas aparecían a lo lejos a medida de cada paso que daba, invitando a mis ojos para echarles un vistazo y dejarme seducir por las cosas nuevas que tenían por ofrecer. Cuando dejé de ser yo, preferí seguir mi camino hacia adelante, pues seguía ciegamente a una ilusión que me traía del pasado, ese pasado, cuando aún había ruido. Las puertas y ventanas quedaron abiertas y llenas de esa luz incandescente, esperando mi retorno. Cuando dejé de ser yo, aún no me había dado cuenta de ello y seguía arrastrando inocentemente cadenas y candados, quizás por el miedo disfrazado de cautela, y la sensación de que en un día cualquiera, iba a despertar en el caos que desprecio, pero que era mío, era conocido, era mi zona de confort.

Cuando dejé de ser yo, esa nada terrible se volvió un huracán. Los cimientos de mi mente se derrumbaban, pasillos desaparecían, recuerdos avistaron en mi memoria y me golpeaban en la cara. Como si de un cine mudo se tratase, todo se iba yendo, y yo solo observaba desde el silencio la destrucción de treinta años. Esa nada terrible, se convirtió en un vacío terrible. Sin embargo, ese huracán no se llevó mis cadenas ni mi ilusión del pasado.

Cuando dejé de ser yo, sentí la ligereza del cuerpo y el poder en mis manos. Me sentí dueña y señora de lo que me rodeaba y quienes me rodeaban. Me sentía justificada por lo divino, una autoridad del mundo terrenal simplemente por el silencio de mi mente. Caminaba en ese vacío esperando no encontrarme nada, incluso mi ego, porque pensé que ese se había ido la misma noche en que sentencié la renuncia a mí misma. El ego, acaparó el vacío y empezó a construir nuevamente a mis espaldas. Yo, estaba distraída siguiendo ilusiones y habitando en las fantasías de antaño.

Cuando dejé de ser yo, una luz brillante me encegueció. No vi venir la realidad con toda su furia. No vi venir cómo me iba a golpear. No vi venir el estremecimiento de mi cuerpo, y mucho menos vi venir cómo me iba a desnudar. Me quedé sola. La ilusión se esfumó de mi lado, y pude ver las cadenas que aún llevaba a cuestas. La sensación de autoridad desapareció, y pude verme nuevamente como esclava. El poder de mis manos intensificaron, y pude ver cómo intentaba ahorcarme. La ligereza de mi cuerpo se convirtió en un lastre, y pude ver como manos ajenas agarraban sin tacto mi cuerpo, me embriagaban con sus alientos fétidos, envenenaban los oídos con susurros dolorosos, accedían violentamente a mi dignidad y se burlaban de mi ceguera, de mi estupidez. Y en esa realidad solo podía ver mi reflejo contusionado y atrapado en esos cuerpos fétidos, solo que para mi sorpresa, todos eran el mío.

Cuando dejé de ser yo, dos universos intentaron cohabitar dentro de mí, pero fueron consumiéndose poco a poco hasta dejarme sin nada más que los recuerdos y la desesperante realidad. Todo era yo, siempre fui yo, la que se convertía y se encargaba de repetir abusos y violencias, la que usaba las máscaras de los demonios del pasado, para seguir con su legado.

Y allí fue, cuando abrí los ojos y dejé de ser yo, que me di cuenta de lo inevitable. Ya no hay ruido, ya no hay demonios merodeando, ya no hay basura que sacar ni mucho menos cosas que destruir. O sí, a mí.

Ya dejé de ser yo, y ahora no sé quién soy. 
Solo sé, que el vacío terrible ahora es una casa iluminada con muchas puertas y un jardín hermoso.
Que no vivo con el ego disfrazado de amor.
Que ya no me estoy ahorcando, ni violentando.
Que el único peligro era yo misma.
Que soy un grano diminuto.
Y que el amor es lo que me hace vivir.


No volveré a ser esa. 


Cuando no hay ruido


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Sin opus



Cuando no hay ruido, puedo sentir que mi respiración pretende unirse con el viento que golpea mi rostro. También, puedo sentir fluctuaciones en los latidos de mi corazón. A veces pienso que es una isquemia miocárdica, y otras veces una reacción física a lo que está por venir. Una corazonada, si lo reduzco a un coloquialismo.
Cuando no hay ruido, mi espalda se tensa por inercia, pero entonces recuerdo que el peligro ya se fue, y me permito reposarla en alguna pared. Luego, se vuelve a tensar y así, sucesivamente. 

Cuando no hay ruido, mi mirada se queda fija en una hoja, en una piedra o en la interacción de los animales, y me obsesiono con saber en qué están pensando, cuánto tiempo lleva esa hoja ahí, o si la piedra ya existía antes de nosotros habitar en los cimientos que hemos construido a través del tiempo, increpando la reconstrucción de la naturaleza misma.

Cuando no hay ruido, las preguntas apiladas que tengo en mi mente van perdiendo importancia, como si se respondieran solas cada vez que esbozo un suspiro. Eran muchísimas preguntas, creo que infinitas y en constante formulación.

Cuando no hay ruido, pienso en todas mis realidades, y aunque antes aseguraba que no me había tocado vivir en la mejor de todas, siento que en cada una de ellas, estuviese precisamente en el mismo espacio en el que habito ahora, haciéndome estas preguntas, y escribiendo estas letras. Estoy donde se supone que debo estar; y ya no imagino una realidad en donde no esté sintiendo este silencio, a pesar del ruido ambiente caribeño que me acompaña todos los días. El silencio habita en mi mente, el lugar más caótico de mi ser.

Y bueno, es que ahora solo hay silencio. Sobre todo, a la hora del café y los minutos de tregua que me da, antes de compartir mi mundo con el resto de los que habitan en este planeta. 
Creo que he aprendido a entender mi soledad con el caos y ahora, cuando no hay ruido, no hay flagelaciones o tormentos que cincelan mi corazón. Esa era una de mis muchas malas costumbres. Me flagelaban en compañía, en soledad, con tragos, en un baile o con amigos, simplemente existía y yo cohabitaba en ese infierno paralelo, que se había vuelto mi zona de confort; una compañía extraña que mutilaba todas mis añoranzas, pero por lo menos me daba la certeza que, de donde estaba no iba a salir, así no perdía el tiempo intentando soñar cosas imposibles.

Sigo aprendiendo a entender mi soledad ahora que hay silencio; sin embargo el cuerpo reacciona instintivamente al pasado y se tensa ante cualquier novedad, como esperando la sentencia de los recuerdos. Y la verdad, es que a veces temo que algún día voy a despertar retrocediendo en el tiempo, para golpearme con la realidad de que nunca hubo silencio, y que toda esta nueva luz haya sido producto de mi imaginación desesperada por atreverme a soñar un poco, o a creer que las realidades sí se cambian.

Como decía, el cuerpo reacciona instintivamente; así que dejo que siga reaccionando y fluctuando, mientras me acostumbro a disfrutar de este presente, hasta creer que ya es mío, habito en él y el ruido jamás volverá.

Supongo, que esta es mi extraña manera de decir que por primera vez, experimento la tranquilidad de lo inevitable.

Expresión


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Habla.


Siempre he tenido un gran conflicto con la expresión, el poder esbozar y reunir las palabras correctas, abrir la boca, contar mi verdad y es irónico, porque suelo desgastarme el alma en las letras. 

Quizás algunos dicen que soy secretiva, o que soy un misterio; yo le llamaría más bien miedo al ser, y no por ser yo alguna insignificancia, o porque sea una idealista más en la caterva de perdedores, o quizás una romántica empedernida y anacrónica, o sea yo una ignorante más del mundo. Creo que el sonido vibra, y cuando resuena en mis afueras, todo se convierte en realidad. 

Las palabras que han salido de mis labios se materializan en muchas realidades, casi siempre dolorosas, ¿entonces para qué hablar? ¿Justo ahora?
He estado en silencio eones, escribiendo mis deseos en un retazo de papel que dejo por ahí a la deriva, como si alguien fuese a encontrarlo algún día. Quizás eso deseo, escribir siempre entre líneas y ver si alguien lo descifra, o escucha mi grito.

Siempre he tenido un gran conflicto con la expresión, el amor que cargo en mi cuerpo es el universo mismo, y aparentemente es demasiado. Quizás es verdad, y posiblemente ese sea mi karma; porque si hablo, rujo, gruño, grito y despedazo mi garganta, colapsaré. Por eso no hablo y tampoco grito.


Pero tengo más cansancio que miedo, 

y mi demasía no es tanta.

Ir a ello


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Opus. 1

Es una nueva sinfonía

 

Ir a ello.

Con una fuerza magnánima que emergió de mi cuerpo como un volcán después de haber estado inactivo por décadas, con una furia inquebrantable, con los miedos cesando, con mi ego de mi lado y mi espíritu guiando mi camino.

Ir a ello.

Después de que una luz resplandeciente aclaró mi camino, después de entender que no caminaba al abismo, sino que iba en círculos repitiendo historias, experiencias y sufrimientos.

Ir a ello.

Porque respiré por primera vez, porque mis ansiedades y disgustos desaparecieron, porque sentía que iba a explotar, porque las ganas aparecieron de repente.

Ir a ello.

Y sentir la dulzura de lo efímero, de abrazar recuerdos y soltarlos, y dejarme sentir los detalles, y sentir como una endemoniada, y apaciguar los dolores, y amar libremente.

Ir a ello.

Para abrir la boca, para romper el canal de las letras y empezar a gritar, para expresarme y dejar fluir a este universo condensado, para decir mi verdad.

Ir a ello 

Mientras abro los ojos y absorbo esta nueva realidad, mientras los caminos se abren y la luz resplandece, mientras que la intuición guíe.

Ir a ello,

Desde el espíritu.