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Archive for agosto 2016

Víspera. (No exactamente)


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Oye, respira.
Opus 91



Hace 25 años no tenía un propósito, ni sabía que iba a salir a contemplar el húmedo calor de mi ciudad natal. Tampoco tenía idea del amor profundo de esa mujer que me esperaba con ansias hasta tenerme en sus brazos. No sabía que iba a recibir esa protección absoluta, ni que iba a hacer todo lo posible por salir de ella y chocarme con cuanto adoquín encontrara.

No sabía que la primera palmada del médico que me recibió en esta realidad, iba a ser la primera de muchas bofetadas que iba a recibir, ni que era posible aguantar bofetadas invisibles, esas que son más dolorosas que los moretones. Tampoco sabía que tenía dos apellidos, y que no iba a saber cual era peor.

Pero era la sangre, más que todo. No sabía que en mis entrañas corría una mezcla extraña de oriunda y extranjera; quizás por eso nunca me sentí del todo de aquí, o de allá. Más bien de todos lados, porque no puedo coincidir con la totalidad de las creencias de la tierra que me recibió, o la que llevo lejanamente en mis venas. Quizás por eso prefiero los bosques más que las playas y el océano. Quizás por eso prefiero melodías frías y no tanto las calurosas y sensuales danzas de apareamiento.

Y en mi sangre no había más que complejidad, por ambos lados. Complejidad por los abolengos y el pasado de importancia, de poder, de conquista y de arte, y por el otro de rencor, pero también de otro poder más grande pero oscuro. El matriarcado y el elitismo recorren vertiginosamente sobre mí, y no me deja más que vomitar sus residuos porque ni lo uno ni lo otro, representa este cuerpo débil atrapado en lo que tantos quisieran tener.

Irónico es, que no pedí nada. Ni abolengos, ni apellidos, ni influencias, ni poder en la mirada, ni nada que sea referente a la grandeza, más lo dono casi como sacrificio o tributo a no sé qué entidad magnánima, para que me regale lo único que no vi en mi larga lista de virtudes, defectos y consecuencias: paz.

Hace 25 años sentí el amor por primera vez, y quizás pequé en amarrarlo, impregnarlo y mostrarlo como ejemplo para los amores venideros. Lo supe la primera vez, hace 9 años cuando me lancé a otro amor pero que era distinto; sin protección y sin seguridades. Me di cuenta que algunos amores no son como el que tuve hace tanto tiempo, y decidí buscar otros más allegados a la realidad; nuestra realidad.

Pero los años pasan y el amor se vuelve más complejo y menos amoroso; más condiciones, menos entendimientos y más críticas, exigencias, demandas absurdas. Amor condicionado, como los que recitan todos los domingos en una iglesia barata llena de prejuicios.

Quizás ese amor me hizo desconfiar de los amores que circulaban cerca de mí, y me creó una barrera que los repelara hasta encontrar uno donde haya no más que eso: confianza, reciprocidad, incondicionalidad, y ni un solo rastro de egoísmo.

Pero el amor aquel y el que se vive en este mundo es tan distinto; porque somos débiles, porque somos atraídos al vórtex de lo rutinario, de la maldita necesidad de hacer de nuestras vidas un cassette que se devuelve y se acelera, y así infinitamente hasta desgastarlo. Y buscar otro. Repetir. Repetir.

Pero el amor verdadero, su amor, (y para aclarar, hablo el amor de mi madre, no sé la de ustedes), es tan infinito, por ambos lados, que no existe dolor que pueda superar la primera cargada, la primera lágrima, de miles que brotaron de sus ojos cansados después de yo salir a sufrir en el planeta en que me tocó vivir.

Porque ese amor es incomparable, inconquistable, y solo existe uno, en esta vida, que puede llegar a sus talones y es el amor del espejo de tu alma, donde las máscaras no existen, que te arrastra con todo, demonios y verdades, donde quedan expuestas tus inseguridades y aun así, no hay real temor, más bien se siente un alivio, porque dentro de ese amor hay aceptación, y dentro de esa aceptación, hay transformación. Es amor. 

Unos dicen que se demoran pocos años en encontrarlos.

Ja.

Envidia.


En 25 años se cometieron más errores que muchos, y claramente menos que otros. Afortunadamente los errores son subjetivos y tan únicos como el doliente que los recibe todos los días. Dolores con nombres y apellidos. Lugares, estaciones si es afortunado de vivir en un lugar diverso, o de un solo calor, donde reside este cuerpo de sangre que hierve constantemente.

En 25 años aprendí a amar y a dejar ir. A sentir las cosas más cercanas al odio y a la locura. Nada de eso me gustó, o por lo menos lo digo ahora. Quizás en mis 50 haya aprendido a ahondar en los amores y en sus decepciones, o en la posibilidad remota de volverse huérfano a manera voluntaria, pero hay algo que es seguro; y es que el amor incondicional de la mujer que me sostuvo aún sangrienta y envuelta en retazos de su ser, jamás podrá ser quebrantado o adulterado. Lo puro no se intoxica. No como los otros amores, que cambian con las estaciones del año.

Pero es en la víspera del cuarto de siglo donde me siento a pensar, y a ahondar dolorosamente en los recuerdos, sobre todas las cosas que viví, y que vivieron los otros a mi alrededor; comparándome constantemente, y tratando de hacer una línea paralela, pero sin un resultado óptimo.

Y ahí es donde tuve en cuenta

que la vida

de todos nosotros

gira en un solo sentido

pero el desorden es distinto

o quizás más cercano

pero jamás el mismo

y entonces.

Pero tan solo entonces,

entonces.

Cerré los ojos y miré mi camino.

Y me felicité

por 25 años

excavando mierda

buscando no se qué

hasta que lo encontré.

y, ¿ahora qué?

¿50 años?



Feliz onomástico, Katya.

Control.


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Milimétrico, cauteloso, minucioso, enloquecedor.
Represor.
Una barrera mínima
que apenas deja espacio para mover los brazos y respirar un poco,
pero de ahí más nada. Ni el ápice de algo nuevo, ni soñar con cambiar el destino.

Cuadrado, aburrido, lineal, perfecto.
Predecible, reprimido, insonoro, incoloro.
Insensible y a veces inestable. De nuevo a la barrera.

Aterrorizado, sin escape de aire, sin una luz que penetre.
Que grita por dentro y desea romperse, que pierde constantemente con su barrera invisible.
Brazos cruzados, acalambrados y piernas justas. Dos pasos firmes, cuatro hacia atrás.

Rebeldía, caerse a propósito buscando romper la barrera.
Romperse uno, pero la barrera intacta.
Considerar que mejor sea así, pues la barrera ya no tendría a quién aprisionar.

Olvidar la autodestrucción insensata.
Ponerse de pie, intentar nuevamente, y frustrarse.
Dejar ser, dejar que el miedo haga su trabajo.

Volver a despertar.
Volver a intentar.
Volver a romper la barrera.

La barrera se rompe.

¿Y ahora?

Hate is all you need.


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Para vivir.
Para vencer.
Para llegar a la gloria.



                  Y tener todo lo que querías, pero no necesitabas.


Para ganarte una medalla,
y condecorarte como otro "único"
que abunda en el mundo
       y volverte ciego, con el oro pesado sobre tu cuello.


Y sentir el vacío
y darte cuenta
                               que aún quieres más, pero lo tienes todo.


El odio nace de nuevo,
contigo mismo,
  con el mundo
     con el que se te tope en el día a día.


Y querer cambiar tu gloria para descubrir lo que necesitas.


                                         Pero el oro no quita la ceguera, ni recupera la memoria;
               el oro te da más odio y pues bueno...


Hate is all you need.