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Unvollendete


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Aspiro una calada de toxicidad.
Opus 46.


Jugar a la guerra emocional.

Creo que ese fue el sentido universal que le di a mi vida. El constante tambaleo, la subida de escalones con un pequeño martillo para golpear lo que he construido, sólo por seguir al pie de la letra el dichoso juego que yo misma inventé. Al parecer, encuentro más placentero hacer las cosas solas, incluso destruirme.
Supongo que es imposible salir del abismo , sin propiciarme un daño que recuerde el por qué estuve en él, y que podría volver en cualquier momento. Absolutamente todo, ha dependido de mi obsesión por la melancolía.
Me resultaba placentero tamborilear las llagas de antaño, despertar a golpes a mis demonios, para que jueguen conmigo y me acaben como solo ellos pueden hacerlo, mientras perfecciono el arte de mantener el rostro inexpresivo. ¿Eso me haría indestructible? No habría nada más que destruir.

Y me cansé, nuevamente.

Me cansé de pagar cuotas a un ente invisible, que se alimenta de mis dolencias, y se emborracha con mis melancolías. Melancolías densas y fétidas. No más, porque ya me aburrí de deber, de faltar, de merecer, de recordar, de tener que retomar el mismo ciclo, los mismos días, las mismas épocas.

Te llamo inconclusa porque las décadas pasan y sigues allí, mientras yo intento buscar la manera de acabarte, de acabarnos.

Nos vemos, en nuestra conclusión.

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